SEMBRAR BELLOTAS
Este es el titulo de un pequeño articulo que he
encontrado en el número 34, del año 1986, de la revista “La
Ragua”, antigua revista del municipio de Nevada: Mairena, Laroles,
Júbar y Picena. Aunque pienso que seria interesante que se volviera
a hacerse por su valor etnográfico, informativo y por la
participación infantil que tenía esta revista.
Esta historia me pareció de lo más apropiada para
hoy, Día Mundial del Medio Ambiente.
SEMBRANDO BELLOTAS EN LA
ALPUJARRA:
JUAN MANUEL JERÉZ
La sequía, cada vez mayor, que padece nuestra tierra y la ya
importante falta de arbolado de nuestras muchas montunas, cerros-o
colinas, algunas de ellas antes aprovechadas con cultivos de secano y
hoy abandonadas, nos sugieren una pronta desertización que ya no es
una lejana posibilidad, sino una realidad inmediata si no se pone
remedio por la vía de mayor urgencia. No obstante la administración,
tanto nacional como autonómica, parece no tener conciencia del
grave problema y se dedica hace algún tiempo a una tímida política
de repoblación forestal, que según los entendidos va orientada a
favorecer mas a determinados intereses comerciales que a una
recuperación real y efectiva del entorno que antaño rodeo a
nuestros pueblos y vegas. No basta, por tanto, una política forestal
conservacionista de lo poco que nos queda, urge una política
regeneradora de nuestros montes, una repoblación de nuestro suelo
con aquellas especies autóctonas que han ido desapareciendo de
nuestro entorno por la mano, destructora a veces negligente otras, de
unos hombres poco conscientes del gran daño que hacían al cortar
árboles indiscriminadamente o al quemar bosques por falta de
precauciones a la hora de eliminar orillas. Me viene a la memoria una
historia real, leída en una revista ecologista y publicada
posteriormente en un pequeño libro muy apto para la lectura
infantil. Cuenta que en determinadas
zonas de la Provenza (Francia) vivía un hombre viejo y castigado
por la vida que se dedicaba a guardar ganado, como única forma de
ganarse el sustento, al cual hacía pastar por una zona de poco
arbolado, de arroyos inexistentes, fuentes secas, poblados semi
abandonados, escasamente poblados por gentes pobres, hurañas y sin
apenas ilusiones. Elzéard Bouffier que así se llamaba el viejo
pastor, opinaba que la comarca moría por falta de árboles y que
como él no tenía ocupaciones más importantes, había decidido
poner remedio a ese estado de cosas. Así, este buen hombre, mientras
dejaba el ganado al cuidado de su no menos buen perro se dedicaba a
plantar árboles pacientemente, sembrando bellotas, que previamente
había seleccionado y humedecido en su humilde casa. Tenía un bastón
de hierro del diámetro de un dedo pulgar, con él hacía un pequeño
agujero en el suelo, ponía en él la bellota y lo tapaba con
tierra. Esta operación la realizaba unas cien veces al día,
logrando plantar en tres años unos cien mil árboles, de los que
quedaron unos diez mil. Comenzó en 1.910, y en 1.945 había cambiado
totalmente el paisaje de toda la comarca, las aldeas habían
prosperado hasta estar habitadas por más de diez mil personas, con
abundante vegetación y agua. Hasta el clima, que antes era muy duro,
había cambiado sustancialmente.
Aquel hombre que devolvió la vida a toda una comarca sin pedir
nada a cambio y sin que apenas se conociera su obra, murió en 1.947
en hospicio de Banon. El narrador de la historia, Jean Giono, aporta
datos suficientes como para comprobar su veracidad. Por otra parte,
la acción no es nada difícil ni extraordinaria, aunque lo
suficientemente bella y humana como para parecer cosa de cuento.
Algunos grupos ecologistas están emprendiendo iniciativas en ese
sentido en varias comunidades autónomas, precisamente con especies
del género Queroun. En Granada hay al menos una persona que solicita
ayuda para in tentar repoblar Sierra Nevada de especies arbóreas
autóctonas. ¿Por qué no empezar a hacerlo en la Alpujarra?. Muchas
son, desgraciadamente las semejanzas entre nuestra comarca y la que
se describe en la historia narrada y mucha y desesperada es nuestra
situación respecto al tema. La idea puede llevarse a cabo con un
poco de voluntad y alguna organización, así, si un hombre sólo
consiguió cambiar toda una comarca, ¿qué no podrán hacer los más
de cien mil habitantes de la Alpujarra?. Con que cada uno plantara
en su vida cien árboles los que Elzéard plantaba en un sólo día
se conseguiría haber sembrado diez millones que siguiendo las
proporciones de eficacia de la historia narrada podrían obtenerse un
millón de árboles en nuestros montes, plantados por nosotros, con
nuestras manos. Ar boles que serían vistos con bastante mejores
ojos que cuando son plantados por la Administración, pues serian
una obra nuestra que protegeríamos con más cariño e interés. Es
una idea que brindamos a todos los alpujarreños, pero muy
especialmente a colectivos ciudadanos, como asociaciones juveniles y
culturales, a partidos políticos, Ayuntamientos, etc. y que puede
realizarse sin gran trabajo y con poco costo, organizando en fines de
semana, vacaciones, fiestas patronales, día del árbol o del medio
ambiente, etc., actividades masivas en este sentido con su carácter
festivo y lúdico y como excelente y sana alternativa a otras
distracciones menos constructivas. También es una es una buena
actividad para los que padecen el desempleo, una buena inversión
para destinar los fondos destinados a este menester, una excelente
ocupación para quienes carecen de alguno y, al final el ocio
continuo los lleva a otras actividades menos recomendables Podría
ser una excelente terapia para la deshabituación de drogadictos, si
alguna vez se deciden a instalar alguno de esos centros en alguno de
los excelentes lugares para ello que existen en la Alpujarra. En fin,
son tantas las actividades que pueden concluir en este menester.
JEAN GIONO.
El hombre que plantaba árboles. Ediciones
Altea. 1984
Este, también, es un homenaje a mi bisabuelo que se empeño en no vender las encinas, arriba puestas, para hacerlas carbón, cuando la gran mayoría vendía las suyas. Por lo tanto, estas encinas son centenarias y casi las únicas encinas centenarias del pueblo. Un urra por mi bisabuelo, por el hombre que plantaba bellotas y todos aquellos que siguen su propio criterio yendo a contra corriente sabiendo, o intuyendo, que es lo verdaderamente importante.