DON ANTONIO PORCEL
Dicen que nadie es profeta en su tierra y es
verdad, porque del hombre más importante que ha dado este pueblo ya
nadie se acuerda. La verdad es que las situaciones políticas que
vinieron después y que es posible que la familia se trasladara, no
dejaron ningún recuerdo. Lo que me extraña no es que la gente del
pueblo no se acuerde de él, sino que lo hayan hecho los respectivos
alcaldes que se han sucedido desde entonces. Porque igual que
pusieron una plaquita en la fachada de la iglesia conmemorando el
paso (que no la estancia) por aquí de Pedro Antonio de Alarcón y
otra placa más grande al ilustre maestro constitucional don German
Oheling Ruiz, se olvidaron que, sin quitar meritos a los anteriores,
este pueblo también dio al país hombres ilustres. Yo quiero hacerle
un pequeño homenaje desde aquí en el 259 aniversario de su
nacimiento.
Antonio Fernando Basilio Porcel Román nació aquí, en Mairena,
pequeño pueblo de La Alpujarra granadina, el 15 de junio de 1755.
Hijo de Luis Porcel Ruiz (en otros documentos pone Juan) y de Ana
Román, de fortuna modesta, el padre era descendiente de un capitán
que se estableció en estas tierras cuando termino la guerra de La
Alpujarra. Posiblemente serian dueños de varias tierras por las
suertes que dieron a los repobladores. También se sabe que tenían
tierras, casas y huertos en la jurisdicción y territorio de Torres
Bermejas, en Granada, por lo menos hasta el 1782, año en que se le
reclama a la ya viuda Ana Román lo reintegre al Real Patrimonio.
Aparte de Antonio tuvieron tres hijos más, Juan, Rafael y José.
Antonio estudio en Granada, junto con su hermano
Rafael, como becario jurista en el colegio de San Bartolomé y
Santiago, donde ingreso a primeros de octubre 1771, y se graduó en
la Universidad como bachiller en leyes en 1775. Su padre quería que
se quedara en el pueblo, incluso le busco aquí una novia, pero el
joven Antonio no quiso. Padre e hijo tenían puntos de vista
diferentes por lo que Antonio marcha a Granada, donde un sacerdote
pariente suyo le proporciona cartas de recomendación para ir a
Madrid. Allí, otro paisano, el señor Don Francisco Jimenez
Sarmiento, agente del Real Consejo de Indias fue el que le ayudo a
que practicara en la abogacía hasta que fue recibido como abogado
por el Real Concejo de Castilla el 22 de mayo de 1779. La redacción
de un informe sobre una fragata que venia de Indias causo un efecto
más que favorable en el tribunal, hasta el punto que uno de sus
miembros, con todas las felicitaciones lo envió a su hermano que era
ministro de Indias, y este lo nombró oficial de la secretaria de
Gracia y Justicia de Indias. Su carrera en la corte fue vertiginosa y
los cargos se sucedieron, fue elegido supernumerario en 1786 y el
ocho de mayo de 1787 fue recibido académico de número en la
Academia Real de la Lengua ocupando la silla Q; al año siguiente se
le nombró secretario de su Majestad y se le encomendó la dirección
o administración de las temporalidades de los Jesuitas de Nueva
España, puesto importante y delicado dado el enorme caudal que había
que administrar. Fue miembro de la Sección de Ciencias Morales y
Políticas de la Academia Nacional. En 1791 fue recibido solemnemente
como caballero de Carlos III, y el 11 de noviembre fue nombrado
secretario con voto en el Concejo de Indias. Ministro de Guerra en
la Junta Central, presidida del Conde de Floridablanca. Juro la
constitución de Bayona en 1808.
Durante la Revolución francesa y el absolutismo
tuvo que abandonar Madrid, marchando a Sevilla y pasando después a
Granada donde lo esperaba su familia y su hermano Rafael, abad de la
Catedral. Sus vienes de Madrid fueron confiscados, y ante los temores
de persecución, tubo que refugiarse en La Alpujarra, seguramente en
su pueblo. Pasados los primeros temores pudo volver otra vez a
Granada donde siguió desempeñando cargos. Fue elegido en noviembre
de 1810 diputado por la ciudad de Granada, en la iglesia Parroquial
de San Miguel de Pulpi, Almeria, aunque sus poderes no se aprobarían
hasta el 15 de enero de 1811, jurando y tomando posesión de su cargo
en 1812, porque al estar refugiado en La Alpujarra no se entero de su
nombramiento. Fue su amigo y sacerdote Antonio Alcayna y Guirao,
natural de Villa María y también diputado de las Cortes de Cádiz.
En las cortes de Cadíz fue diputado doceañista
por Granada, donde manifestó sus opiniones de liberalista templado.
No acepto el nombramiento de jefe político de Granada que se produjo
el 14 de diciembre de 1812. Había sido presidente de la Junta de
Legislación en las preparatorias del texto constitucional, la famosa
Pepa.
Fue habil en los negocios y con gran capacidad de
trabajo. Fue admirado por los hombres de su tiempo, el conde de
Torento lo consideró uno de los diputados más ilustres y para Rico
y Amat “fue uno de los más notables, destacando no por su
elocuencia, pues su oratoria no era la del corazón, sino la del
entendimiento”.
Defensor de la Ley de Imprenta que gracias a su
oratoria hizo que se aprobara esta misma ley antes de la Constitución
de 1812.
Fue partidario del nuevo plan de contribuciones
públicas, propuso la creación de la Dirección de la Hacienda
Pública y la supresión de la Contaduría General de Propios. En
marzo de 1813, con motivo de su elección para las Cortes Ordinarias,
denuncio el estado de opresión y desorden en que se hallaba la
provincia de Granada, pidiendo a la regencia que tratara de remediar
estos excesos. Sus opiniones en materia hacendistica tuvieron gran
peso en las Cortes. Creía que con el establecimiento de la
Constitución, el independentismo americano quedaría frenado.
Por sus ideas liberalesa fue detenido, por orden
del capitán general Eguia, y enviado a prisión en 1814. Liberado
por el pueblo de Madrid en la revolución de 1820, saldría de la
cárcel para tomar parte del Gobierno de los Presidiarios llamado así
por el mismo Fernando VII pues casi todos sus componentes habían
salido de la cárcel donde estaban por liberales. Durante el Gobierno
del Trienio Liberal fue ministro de Ultramar (1820 - 1821)
Nombrado Consejero de Estado entre 1821 – 23 fue
también miembro de la sección de Ciencias Morales y Políticas de
la Academia Nacional y vocal de la comisión del Código de Comercio
en 1828.
En Madrid contrajo matrimonio con una dama de
Zaragoza, doña Manuela Rubio y Ambielo de la que enviudo muy pronto
sin descendencia. En el mismo barrio donde vivía Antonio Porcel
vinieron a instalarse una familia procedente de Ronda y Antonio se
enamora de una de las hijas, Isabel Cobo. Él contaba 45 años y ella
25, se casan el 6 de febrero de 1802. Tuvieron cuatro hijos: Rafael,
María Isabel, Josefa y Fausto.
También en el mismo barrio vivía uno de nuestros más
afamados pintores, Francisco de Goya quien retrato al matrimonio
Porcel. Goya pinta el retrato de Antonio en 1806 y el de Isabel por
esas mismas fechas, en el año 1808 estuvieron expuestos en la Real
Academia de Bellas Artes en Madrid. Permanecieron en la casa del
matrimonio hasta el 1887 que fueron vendidos por los herederos, los
señores Porcel Zayas, el de doña Isabel Cobo a don Isidoro Urzaiz y
los herederos de este lo vendieron en el año 1897 al Nacional
Gallery de Londres por 405 libras. El de don Antonio fue a parar a
Buenos Aires, en 1893 la Sociedad de Señoras de Santa Cecilia ,
organizo en el palacio Hume, una gran exposición con objeto de
recaudar fondos para la ampliación de la iglesia del Pilar, en
Buenos Aires. Allí, entre los artistas locales, un Fragonard y un
Degas se encontraba el retrato de don Antonio, entonces pertenecía
a un tal Miguel Cané. Mas tarde se conservaba en el Jockey Club de
Buenos Aires donde fue destruido por un incendio.
Cuando Antonio Porcel se instalo en Granada poseía un carmen
junto a la colina de la Alhambra llamado carmen de Peña Partida,
hoy conocido como de los Catalanes donde vivieron un largo periodo.
Aunque don Antonio
se jubila en 1817, donde se retira al Carmen de la Alhambra, en la
revolución y el período constitucional que se inicio en 1820 fue
llamado otra vez a la corte. Con el empeoramiento de la situación en
1820, Porcel como liberal moderado se encontraba entre dos extremos:
un rey que no quería someterse a la las prácticas constitucionales,
y de otra con pasiones exaltadas que aspiraban a humillar al poder.
Así, deja a su familia para marchar a Sevilla en 1823. Más tarde, a
petición del rey, Porcel acepta acompañarlo a Cádiz no queriendo
abandonarlo “hasta el final del drama”. Cuando Cádiz fue
entregada a los franceses, el rey se reintegro de pleno a su
soberanía, el absolutismo. Porcel se encontró, cuando se disponía
a volver a casa, que, junto a un gran número de empleados había
sido desterrado de la corte. Enfermo, espero un año en Sevilla,
pasado ese tiempo pudo conseguir un pase para volver a Madrid aunque
bajo vigilancia medica continua. Allí consiguió que le devolvieran
la jubilación de la que disfrutaba antes del 1820. Murió en Madrid
el 5 de enero de 1832, enfermo y desengañado de la politica.
En 1823 redacta su testamento ante el escribano
Idelfonso Salaya, donde hace mención de sus bienes en la provincia
de Granada y los de su mujer en Ronda. Dice en él que no debe nada a
nadie, solamente su sueldo a su secretario Francisco Gónzalez.
Nombra albaceas a su mujer por su “notorio juicio, virtud y
discrepción”, siendo ademas tutora de sus hijos menores con
relación de fianza. En el resto instituye herederos por partes
iguales a sus cuatro hijos. Antes de morir nombra a don José Reina
administrasdor de sus posesiones en Granada, ante el escribano
madrileño Galán.
Su partida de defunción esta en el libro de difuntos de la
parroquia de San Martín.
Diez años más le sobrevivió Isabel Porcel, que
falleció en Granada, el 22 de abril de 1842 a los sesenta y dos
años.
Es posible que a la muerte del padre de Antonio
Porcel, su madre y los hijos que todavía estuvieran aquí se
marcharan a Granada y por eso no queda en Mairena ningún Porcel, ni
su recuerdo.
La Constitución de 1812 se firmo en todos los pueblos
de la Alpujarra. La de Mairena esta desaparecida por la destrucción
de los archivos en la Guerra Civil. Pero seguro que se juraría más
o menos como en los demás pueblos: Se proclama la Constitución en
la plaza publica, llamada desde entonces “Plaza de la
Constitución”. En la iglesia, donde acuden autoridades y todos los
vecinos, los curas, desde el púlpito leen todos los capítulos y
artículos de la Constitución, luego explican de forma concisa todas
sus partes, después viene el juramento, sobre los Santos Evangelios,
de guardar y hacer guardar la Constitución y fidelidad a Fernando
VII. El juramento concluía con repiques de campanas, tiros de
escopeta y música. Por la tarde se canta el Te Deum y en algunos
pueblos hay corridas de toros, procesiones de santos, rezos de
rosario, iluminación del pueblo durante tres noches y demás
festejos. Toda la Alpujarra unida celebrando los 384 artículos de la
Carta Magna de España, algunos sin comprender quizá todo su
significado pero sabiendo en el fondo que era la que representaba sus
derechos y libertades tanto tiempo reprimidos, que la soberanía era
del pueblo. En cambio, que poco tiempo les duró.
Mairena, 13 de junio de 2014
Bibliografía:
Las Cortes de Cádiz y la Alpujarra. Juramento de los
pueblos de la Alpujarra a la Constitución española de 1812. Juan
González Blasco
Evocación de dos obras de Goya. Emilio Orozco Díaz
El garo iberico. Centro de estudios andaluces
Retrato de Isabel Porcel. Wikipedia
Anales del Instituto de Estudios madrileños
Gobiernos y ministros españoles en la edad
contemporánea. José R. Urquijo Goitia
Archivo de la Alhambra. Documento número 10024